MANIFIESTO
NO MÁS AGRESIONES AMBIENTALES EN LA AMAZONÍA
Manifiesto
Adhesión al manifiesto
PROMOVIDO POR LOS GRUPOS DE TRABAJO DE AMERICA LATINA Y GEOGRAFÍA FÍSICA DE LA ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE GEOGRAFÍA
La Amazonía es una de las unidades geográficas de la Tierra de mayor orden de magnitud espacio-temporal. Ello significa la existencia de una buena correlación entre extensión (aproximadamente 7 millones de kilómetros cuadrados) y permanencia temporal (soportada por millones de años de evolución) de los medios naturales de dicha unidad, en todo similar a otros grandes complejos geográficos, tales como las cuencas oceánicas, los escudos y macizos geomorfológicos, las grandes llanuras y estepas, los desiertos, etc. Hablamos de una de las mayores referencias del paisaje de la Tierra, aquellas que trascienden los ámbitos nacionales, las fronteras políticas y tienen un carácter global. Precisamente por ello los geógrafos españoles firmantes de esta declaración, nos sentimos consternados por el avance acelerado, durante las últimas semanas, de la degradación del bosque amazónico en Brasil (superando en más de 70.000 el máximo número de fuegos en sus selvas del año 2016) y sus consecuencias directas e indirectas, sobre los ecosistemas, geosistemas, suelos, ciclo hidrológico, poblaciones asentadas e infraestructuras. Y, por ende, por las repercusiones globales a nivel ambiental (emisión de gas carbónico, modificación del albedo y de los ciclos biogeoquímicos, así como los efectos derivados en el régimen de precipitaciones regionales, etc.) que los incendios están teniendo sobre el planeta.
El bosque tropical amazónico se extiende por Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Guayanas. La deforestación amazónica es una de las crisis ambientales mayores de la Tierra, señalada desde los años sesenta (con incentivos gubernamentales y desplazamientos de poblaciones), confirmada en los años ochenta y noventa del siglo XX (con énfasis en las inversiones públicas y privadas en explotaciones de recursos e infraestructuras), aunque con el señuelo conservacionista de las declaraciones de áreas protegidas, y llevada a su máxima expresión en el siglo XXI, aunque con heterogéneos ritmos temporales y manifestación en los territorios estatales.
El caso de Brasil, con más del 63% de la Amazonía geográfica, es paradigmático: hasta los años 60 y 70 del pasado siglo, cuando comienzan las denuncias internacionales, existía una deforestación “aceptable” producida por los sistemas agro-ganaderos permanentes o semipermanentes, afectando principalmente a las áreas bioclimáticas con estación seca. El periodo de los 70-90, abrió la Amazonía del bosque tropical al extractivismo agrícola y minero (“una tierra sin hombres para los hombres sin tierra”) y a las grandes plantaciones de monocultivos, que en ciclos de 5-10 años ampliaban la frontera agrícola. Son los años en que comienza a detectarse, mediante imágenes de teledetección, el impacto de los fuegos amazónicos sobre todo en la periferia de los Estados limítrofes de Rondonia, Mato Grosso y Pará, y la alarma de la comunidad científica internacional se hizo patente en los medios de comunicación. Llegados a los dos últimos decenios el fuego, como paso previo a la deforestación, ha sido una pesadilla recurrente. El territorio de los estados periféricos es conocido como el “arco de la deforestación” amazónica. Desde 2013-14, la sustitución de bosques por pastos se ha incrementado en Mato Grosso y el agro-business (de soja, fundamentalmente) ha deforestado más de 1 millón de hectáreas en Pará. Se ha vuelto a lo que los clásicos geógrafos de hace 50 años denominaban y denunciaban como “la agricultura de frontera”.
Hace ahora un año, en septiembre de 2018, el IX Congreso Internacional de Geografía de América Latina (“Últimas décadas: procesos y retos”) celebrado en Toledo, dentro del eje temático “Retos ambientales en territorios vulnerables”, centró su atención en las causas de la deforestación y en los resultados de las políticas de gestión del territorio y los medios naturales. La perspectiva de dos etapas heterogéneas enriquecían los análisis de la vulnerabilidad territorial: la de los años noventa (1990-2002) y la de los años del actual siglo XXI (2002-2018).
En la primera, la deforestación anual de Brasil se mantuvo por debajo de los 2 millones de has/año, salvo 1995 que ascendió a 3 millones. Durante la segunda, las condiciones han sido más erráticas y consiguientemente la vulnerabilidad territorial más compleja. Los años iniciales mostraron un trienio (2002-05) de incremento de la deforestación, llegando a 2,5 millones de has. deforestadas, con el primer gran pico de fuegos en el Sur de la Amazonía (exportaciones a China y fuerte sequía del 2005). Cundió la primera alarma global y la respuesta multilateral fue una estrategia desarrollada por FAO a través del programa REDD (Reduced Emissions from Deforestation and forest Degradation), para todos los bosques tropicales de la Tierra con un horizonte de esperanza en el 2020. El balance de los siguientes años parecía reducir la deforestación y los fuegos. La sequía del año 2015 rompió la tendencia y volvieron a aumentar nuevamente los fuegos, áreas protegidas incluidas. Los últimos años de esta errática etapa rebajaron los fuegos en los años siguientes (2016, 2017 y 2018), llegándose a 40.000 fuegos, casi como en 2013 (¡lo que parecía todo un éxito!, ¡lo que resultaba todo un desastre!)
Con estos precedentes, el debate geográfico de la deforestación podía centrarse en factores contrapuestos: la relación sequías-fuegos o en el impacto de sustitución de los bosques primarios por el agro-business y los biocombustibles (soja, palma aceitera, eucaliptos, caña de azúcar, caucho, etc.); la transformación de los ecosistemas hídricos por la política de construcción de megaembalses y los modelos efectivos de gestión de las áreas protegidas. No menos importantes fueron los escenarios territoriales de mitigación de los programas de cambio climático. Muchos colegas americanos estaban esperanzados en las repercusiones de las nuevas estrategias económicas para la región amazónica. Sólo un año más tarde, Septiembre de 2019, los planteamientos del IX Congreso de Geografía de America Latina de la AGE tienen muy poco valor.
La apertura a las políticas extractivistas de las selvas de Brasil han cambiando las circunstancias. Los fuegos han superando la cifra de 70.000. Parece ocioso apelar, como han hecho algunos dirigentes gubernamentales, a la contraposición de las ideologías neocolonialista o pseudoecologista, o a las inatendidas llamadas a la cultura y la ética de la conservación de la naturaleza (Dorst, Wilson, Fowles…). Tampoco a la lucha contra los incendios, aunque se anuncie mediáticamente su impulso multilateral en las conclusiones del G7 de Biarritz (Agosto 2019), cuando ha caído más de 30% en el presupuesto gubernamental de 2019. Las denuncias se han multiplicado desde Brasil.
Resulta de enorme actualidad la sentencia de uno de los maestros de la geografía europea, pionero de los estudios del mundo tropical y de las relaciones entre Geografía y Medio Ambiente, Pierre Gourou (1900-1999): “El bosque es un obstáculo solamente en la medida en que es respetado por el hombre. Y éste, respetando el bosque, crea el obstáculo que le frena”.
Por todo ello, para revertir la dolorosa situación sobrevenida en la Amazonía brasileña (lamentablemente ampliada a las selvas de Bolivia y Perú), con su tendencia nefasta de degradación ambiental, la AGE proclama, enérgicamente, su denuncia ante las agresiones que sufre la Amazonía en los últimos años y que, en 2019, han alcanzado un punto de dificil retorno.
Y propone las siguientes acciones y propuestas a corto y medio plazo que pueden ayudar a mantener las características geoecológicas y medioambientales de la Amazonía y frenar las repercusiones globales que su pérdida y degradación genera:
1) Apoyar la conservación de las selvas tropicales de todo el planeta y especialmente de la Amazonía a través del mecanismo de los incentivos financieros del Convenio de Cambio Climático para promover la reducción de gases de efecto invernadero que siguen acumulándose, sin freno, en la atmósfera terrestre.
2) Incorporar a la gestión de la conservación de la Amazonía los principios de sostenibilidad y adaptación de los sistemas boscosos y de los recursos hídricos tradicionales, con acciones específicas del REDD.
3) Promover la declaración de mega-reservas internacionales de conservación en la Amazonía, recuperando iniciativas planteadas en 2005-06. Las Naciones Unidas están llamadas a jugar un papel destacado en este proceso.
4) Controlar, de modo exhaustivo, las demandas de tierras públicas no reclamadas para frenar “la agricultura de frontera”.
5) Limitar las plantaciones monoespecíficas tras la deforestación de bosques primarios, la transformación de parcelas de potreros sabanizados de menos de 5 años, y la fragmentación selectiva de los bosques.
6) Manifestar nuestra oposición a la puesta en marcha del tratado de la Unión Europea con Mercosur firmado en Junio de 2019, en fase actual de ratificación por los Estados de la UE y del Mercosur, en lo que atañe a la reducción de aranceles aplicados a recursos naturales derivados de la selva amazónica.
Madrid, a 10 de octubre de 2019